En una intervención que ha sido calificada por analistas, diplomáticos y líderes políticos como uno de los momentos más controvertidos en la historia reciente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, pronunció un discurso de 41 minutos que dejó perplejos a muchos y provocó reacciones inmediatas, incluyendo el retiro del delegado estadounidense del recinto.
Lejos de limitarse a los temas tradicionales de cooperación internacional, desarrollo sostenible o paz regional, Petro optó por una narrativa confrontativa, en la que acusó directamente al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de ordenar ataques militares en el Caribe que, según él, resultaron en la muerte de jóvenes pobres —posiblemente colombianos— que “solo querían escapar de la pobreza”.
Desde el inicio de su intervención, Petro dejó claro que no buscaba consenso. “Hablo ante ustedes como un presidente descertificado por Trump, sin que él tuviera ningún derecho humano, divino o racional para hacerlo”, afirmó, en referencia a la decisión del gobierno estadounidense de descertificar a Colombia en materia de lucha contra las drogas.
El mandatario colombiano no solo cuestionó la política antidrogas de Washington, sino que sugirió que los operativos militares en el Caribe no respondían a objetivos legítimos, sino a una estrategia de dominación regional. “Necesitan violencia para dominar a Colombia y América Latina”, sentenció en un tono que muchos interpretaron como una apología de la confrontación ideológica.
La defensa implícita de regímenes autoritarios
Más allá de sus críticas a Estados Unidos, lo que más inquietó a observadores internacionales fue la forma en que Petro se refirió a ciertos gobiernos latinoamericanos, aunque no los nombró directamente, su discurso incluyó referencias que fueron interpretadas como una defensa tácita de regímenes como el de Nicolás Maduro en Venezuela y el de Miguel Díaz-Canel en Cuba.
Al denunciar los ataques a embarcaciones presuntamente vinculadas al narcotráfico, Petro afirmó que “los jóvenes asesinados con misiles en el Caribe no eran del Tren de Aragua”, sino “caribeños, posiblemente colombianos”, y pidió abrir un proceso penal contra Trump por estos hechos. Esta postura fue vista por muchos como una forma de desviar la atención de las redes criminales que operan desde países con gobiernos autoritarios, y que han sido señaladas por organismos internacionales como responsables de graves violaciones a los derechos humanos.
Reacciones inmediatas y condena diplomática
La respuesta de Estados Unidos no se hizo esperar, Natalia Molano portavoz en español del Departamento de Estado, calificó el discurso como una “retórica sin acción” y acusó a Petro de ignorar el papel de organizaciones como el Cartel de los Soles y el Tren de Aragua, a las que definió como “narcoterroristas”.
El delegado permanente de Washington Mike Waltz, abandonó el recinto en medio del discurso en señal de protesta. “Las masacres fueron hechas en Colombia por políticos ligados a la mafia y ahora aliados al gobierno de Trump”, dijo Petro justo antes del retiro del diplomático estadounidense.
En Colombia, la reacción fue igualmente contundente, Lina María Garrido, congresista de Cambio Radical, expresó: “En nombre de la mayoría de los colombianos, le ofrezco disculpas al mundo por el bochornoso espectáculo que está dando Gustavo Petro en la ONU”.
Un presidente satisfecho con su intervención
A pesar de la tormenta política que desató, Petro calificó su discurso como “exitoso” y aseguró que se lleva “alegrías” por haber pronunciado “el mejor discurso posible” ante la humanidad. En declaraciones posteriores, insistió en que su intención era “decir verdades” y que su enfoque busca “romper la belicosidad” que, según él, alimentan las mafias en ambos países.
Sin embargo, su insistencia en equiparar la lucha contra el narcotráfico con una “guerra contra los pobres” ha sido duramente criticada por expertos en relaciones internacionales, Juan Nicolás Garzón, profesor de la Universidad de La Sabana, señaló que “el impacto real de sus palabras en el canal diplomático y comercial con Washington aún es incierto, pero sin duda ha tensado aún más una relación ya deteriorada”.
¿Portavoz de las dictaduras?
El discurso de Petro ha sido interpretado por algunos sectores como una validación de las narrativas autoritarias que circulan en América Latina, al evitar condenar explícitamente a gobiernos que han sido señalados por represión, censura y violaciones sistemáticas de derechos humanos, y al centrar sus críticas exclusivamente en Estados Unidos, el presidente colombiano parece alinearse con una visión hemisférica que privilegia la ideología sobre la democracia.
Fabio Arias, presidente de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), defendió a Petro y arremetió contra Trump, calificando su discurso como “el de un lunático” y acusándolo de “defender las más atrasadas posiciones frente a la autonomía y la soberanía de las naciones”, esta defensa, sin embargo, fue vista por muchos como una muestra del aislamiento ideológico en el que se encuentra el gobierno colombiano.
La Asamblea General de la ONU es, por definición, un espacio para el diálogo multilateral, en ese contexto el discurso de Petro no solo rompió con las formas diplomáticas tradicionales, sino que también puso en evidencia las fracturas ideológicas que atraviesa América Latina.
Mientras líderes como Lula da Silva y Gabriel Boric también expresaron críticas hacia Estados Unidos, lo hicieron desde una perspectiva más matizada, centrada en la necesidad de cooperación y respeto mutuo, Petro en cambio optó por una narrativa de confrontación, que lo distancia de los consensos regionales y lo acerca a posturas más radicales.
A medida que se acerca el final de su mandato Gustavo Petro parece decidido a consolidar una imagen internacional que lo ubique como un líder disruptivo, dispuesto a desafiar las potencias tradicionales, sin embargo, el costo de esa estrategia podría ser alto.
Colombia, históricamente aliada de Estados Unidos en temas de seguridad, comercio y cooperación, enfrenta ahora un escenario de incertidumbre diplomática, las declaraciones de Petro podrían afectar acuerdos bilaterales, inversiones extranjeras y la posición del país en organismos multilaterales.
El discurso del presidente Gustavo Petro en la ONU no fue simplemente polémico: fue un punto de inflexión al adoptar una postura beligerante, al omitir condenas a regímenes autoritarios y al acusar directamente al presidente de Estados Unidos de crímenes internacionales, Petro se convirtió —para muchos— en el portavoz de una narrativa que legitima la confrontación y el autoritarismo en América Latina.
Lo que queda por ver es si esta estrategia le dará réditos políticos internos o si, por el contrario, marcará el inicio de un aislamiento diplomático que podría tener consecuencias profundas para Colombia en los años venideros.