En la Franja de Gaza, donde el sonido de los bombardeos ha sustituido al canto de los pájaros, miles de niños viven atrapados en una pesadilla que no eligieron. La guerra, que se prolonga desde hace casi dos años, ha convertido la infancia en un campo minado de dolor, hambre y pérdida, las cifras son devastadoras, pero detrás de cada número hay una historia, un rostro, una familia rota por decisiones que se toman lejos de los escombros, en salas de poder donde la vida de un niño parece pesar menos que una estrategia militar.
Según datos recientes de Save the Children, más de 20.000 niños han muerto desde octubre de 2023, la mayoría fueron víctimas de bombardeos, otros murieron de hambre, y muchos más están desaparecidos o sepultados bajo los restos de sus hogares. Cada hora, al menos un niño palestino pierde la vida, cada día, decenas son heridos, desplazados o condenados a vivir con discapacidades permanentes.
El precio de la indiferencia
La comunidad internacional observa, condena, pero no detiene. Las resoluciones se acumulan, los llamados al alto el fuego se repiten, pero los ataques continúan. Israel intensifica sus operaciones militares, mientras Hamás responde con fuego, en medio de esta espiral, los niños son los más expuestos, sus cuerpos frágiles no resisten las explosiones, sus mentes no comprenden el odio, y sus corazones se quiebran ante la pérdida de padres, hermanos y amigos.
El Ministerio de Salud de Gaza ha reportado que al menos 42.000 niños han resultado heridos, más de 21.000 viven ahora con discapacidades que cambiarán para siempre su forma de interactuar con el mundo, muchos de ellos necesitan tratamientos especializados que no están disponibles debido a la destrucción de hospitales, el bloqueo de suministros médicos y la falta de personal sanitario.
Hambre como arma
La guerra no solo mata con bombas, la hambruna se ha convertido en una herramienta silenciosa y letal, más de un millón de personas enfrentan hambre catastrófica, y la mitad son niños. Al menos 132.000 menores de cinco años están en riesgo de morir por desnutrición aguda, desde que se declaró oficialmente la hambruna en agosto, 135 niños han muerto de hambre, 20 de ellos en las últimas semanas.
Las panaderías han cerrado, los mercados están vacíos, y las cocinas comunitarias no alcanzan a cubrir las necesidades básicas, las madres hacen filas interminables para conseguir un poco de arroz o harina, los padres venden lo poco que les queda para comprar leche en polvo, pero incluso eso escasea y la ayuda humanitaria no entra, y cuando lo hace, no llega a todos.
Los psicólogos que trabajan en Gaza describen un panorama desolador, los niños que sobreviven presentan síntomas de estrés postraumático, ansiedad severa y depresión, muchos han dejado de hablar, otros tienen pesadillas constantes, y algunos se niegan a comer, el dolor de los padres es indescriptible. “No pude abrazar a mi hijo por última vez”, dice una madre que perdió a su bebé en un bombardeo. “Ni siquiera pude despedirme”.
El 97% de las escuelas ha sido dañadas o destruidas, los niños que antes soñaban con ser médicos, maestros o ingenieros ahora aprenden a identificar el sonido de los drones, a correr hacia refugios improvisados, a sobrevivir, la educación ha sido reemplazada por el miedo. Los maestros intentan mantener algún tipo de rutina, pero sin libros, sin aulas, sin seguridad, enseñar se convierte en un acto de resistencia.
La pérdida de acceso a la educación no solo afecta el presente, sino que compromete el futuro, una generación entera corre el riesgo de crecer sin herramientas para reconstruir su sociedad, y sin educación el ciclo de pobreza, violencia y desesperanza se perpetúa.
El derecho a la infancia
La Convención sobre los Derechos del Niño establece que todos los menores tienen derecho a la vida, a la salud, a la educación, a la protección, en Gaza, esos derechos son papel mojado, las organizaciones humanitarias denuncian que se están violando sistemáticamente. La ONU ha pedido repetidamente que se respeten las normas del derecho internacional humanitario, pero los llamados no se traducen en acciones concretas.
Catherine Russell, directora ejecutiva de UNICEF, ha declarado que “los niños gazatíes se han visto inmersos en un ciclo de violencia mortal y privaciones, todas las partes deben cumplir con sus obligaciones para proteger a la infancia”. Pero mientras se pronuncian discursos, los niños siguen muriendo.
¿Quién responde?
La responsabilidad es compartida, Israel justifica sus acciones como defensa frente a los ataques de Hamás, que también ha sido acusado de utilizar zonas civiles para sus operaciones. Los niños están en medio, ellos no son combatientes, no disparan armas, no lanzan misiles, no deciden estrategias, son víctimas de decisiones tomadas por adultos que priorizan el poder sobre la vida.
La comunidad internacional por su parte ha fallado en su deber de proteger, las sanciones no llegan, los corredores humanitarios no se abren, y las negociaciones se estancan. Las organizaciones no gubernamentales hacen lo que pueden, pero sin acceso, sin recursos, sin garantías de seguridad, su labor se ve limitada.
El silencio como cómplice
En muchas partes del mundo, la guerra en Gaza ha dejado de ser noticia, la saturación informativa, la distancia geográfica y la complejidad política hacen que la tragedia se diluya, pero el silencio es cómplice. Cada día que pasa sin presión internacional, sin movilización de los gobiernos, sin exigencia de rendición de cuentas, es un día más en que un niño muere sin que nadie lo llore fuera de su familia.
Los periodistas que cubren la zona enfrentan riesgos enormes, algunos han muerto, otros han sido censurados, pero su labor es esencial en contar lo que ocurre, mostrar los rostros, dar voz a los que no la tienen, es una forma de resistencia.
La esperanza en Gaza es frágil, pero existe, se encuentra en los voluntarios que reparten comida, en los médicos que operan sin luz, en los maestros que enseñan sin pizarras, se encuentra en los niños que aún sueñan, que dibujan casas con jardines, que escriben cartas a un futuro sin guerra.
Pero esa esperanza necesita apoyo, necesita que el mundo mire, actúe, exija. Necesita que las decisiones irresponsables de los actores del conflicto sean reemplazadas por compromisos reales con la paz, la justicia y la vida.